Alentado desde su temprana juventud por una firme vocación política, en 1927, cuando sólo contaba dieciséis años de edad, se afilió al PCA, en cuyas filas habría de permanecer durante el resto de su vida. Pronto quedó cautivado por la figura y el ejemplo del intelectual materialista Aníbal Ponce (1898-1938), y decidió procurarse también una excelente formación humanística que le permitiera desarrollar a fondo su ideología política. Así, en 1929 ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde enseguida sobresalió como uno de los principales dirigentes del movimiento político estudiantil, al tiempo que destacaba entre los teóricos de las corrientes izquierdistas de la Reforma Universitaria.
Su infatigable labor como activista político e intelectual de referencia comenzó a hacerse patente desde aquel período universitario. Junto a otros compañeros que compartían sus ideas marxistas, fundó la agrupación política estudiantil Insurrexit, en la que militó también un jovencísimo Ernesto Sábato, autor, por aquel tiempo, de un furibundo panfleto titulado "Quince años de derrotas bajo el signo de la Reforma", difundido por los miembros de Insurrexit. Por su parte, el propio Agosti se reveló como un prometedor ideólogo tras divulgar, por idéntico cauce, su folleto "Crítica de la Reforma Universitaria", escrito por sugerencias de su guía y mentor Aníbal Ponce.
Como no podía ser menos durante aquel turbulento período de la historia de Argentina -denominado por algunos historiadores "la Década Infame"-, Héctor P. Agosti fue perseguido y encarcelado en varias ocasiones, en respuesta a su briosa actividad de agitador político y, también, a los incendiarios artículos periodísticos que le otorgaron un merecido prestigio intelectual. A lo largo de su vida, publicó numerosos escritos de esta índole en los rotativos Crítica, El Sol y Clarín, de Buenos Aires, y llegó a dirigir el diario Bandera Roja y los semanarios Orientación y Nuestra Palabra, órganos del Partido Comunista Argentino.
Reducido a presidio entre 1930 y 1932 -en pleno mandato dictatorial de José Evaristo Uriburu-, apenas recobró la libertad cuando volvió a ser encarcelado, esta vez por un período de cuatro años (1933-1937). Durante su forzosa reclusión, escribió varios ensayos políticos que, reunidos en un volumen a su salida de la cárcel, constituyeron su primer libro impreso, publicado bajo el elocuente título de El hombre prisionero (Buenos Aires, 1938). En esta interesante obra de juventud, Agosti dejó bien patentes las líneas políticas por las que deseaba conducirse, al señalar, entre los principales intelectuales revolucionarios de Hispanoamérica, al peruano José Carlos Mariátegui y al cubano Julio Antonio Mella, omitiendo los nombres de las cabezas visibles del Partido Comunista Argentino (con las que, a la sazón, discrepaba el joven militante).
Una vez puesto en libertad, Héctor Pablo Agosti -que habría de volver a la cárcel en otras tres ocasiones, siempre por mor de su encendida defensa de las libertades y su frontal rechazo a cualquier forma de autoridad dictatorial- se hizo un hueco en el PCA, a pesar del recelo con que le miraban esos líderes a los que el joven escritor no había señalado como modelos perfectos del intelectual revolucionario (principalmente, los dirigentes comunistas Victorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi, célebres por su radical estalinismo). Sobrevivía, por aquel tiempo, merced a su oficio de crítico literario, que había comenzado a ejercer, con asombrosa precocidad, en 1928, cuando publicó sus primeros artículos y reseñas en la revista Claridad. Posteriormente, ejerció la crítica en otras publicaciones como Nosotros y Cursos y Conferencias, esta última dirigida por su maestro y amigo Aníbal Ponce.
Su intensa labor periodística le llevó, a lo largo de su dilatada trayectoria profesional, a dirigir otras publicaciones como las revistas Nueva Gaceta y Expresión. Pero su mayor éxito profesional en esta faceta periodística lo alcanzó al frente de la revista Cuadernos de Cultura, cuya dirección asumió cuando la publicación apenas sumaba unos pocos números de existencia. Agosti la convirtió en uno de los principales foros de investigación y discusión de la historia y el pensamiento argentinos, velando en todo momento por la especificidad de su ámbito geocultural (lo que implicaba luchar constantemente contra la presión de Moscú y los comunistas prosoviéticos argentinos como los citados Codovilla y Ghioldi, pero sin apartarse nunca de esa ortodoxia marxista que inspiraba a Agosti y al resto de los redactores y colaboradores de Cuadernos de Cultura). En tan complejo ejercicio de equilibrio político, Héctor Pablo Agosti se mantuvo al frente de la prestigiosa publicación durante un cuarto de siglo (1951-1976).
En el momento de hacerse cargo de Cuadernos de Cultura, Agosti era ya un acreditado ensayista, tanto por su ya mencionado volumen El hombre prisionero como por otros ensayos posteriores como Cuaderno de bitácora (1942) y, sobre todo, Defensa del realismo (Montevideo, 1945), que alcanzó una notable difusión tanto en Argentina como en otros muchos lugares de América y Europa. Entre otras muchas figuras relevantes del marxismo internacional, el filósofo francés Henri Lefebvre se dirigió por escrito al ensayista bonaerense para testimoniarle el entusiasmo que le había producido la lectura de Defensa del realismo, acerca de la cual pensaba que "pocos textos se han escrito más serios, más profundos que esas líneas".
A comienzos de los cincuenta, coincidiendo con su desembarco en la dirección de Cuadernos de Cultura, Héctor P. Agosti emprendió la ardua tarea de difundir el pensamiento de Gramsci en Argentina. Su esfuerzo fue tan tenaz y fecundo que, en la actualidad, desde una perspectiva histórica aclarada por el paso de los años, puede afirmarse que las ideas del gran político y pensador italiano arraigaron en Argentina (y, prestamente divulgadas desde allí, en toda Hispanoamérica) antes que en los Estados Unidos de América o en los países europeos donde habrían de tener mayor influencia (como Francia, Alemania o el Reino Unido). Agosti fue el principal responsable de esta divulgación: en 1950 tradujo al castellano las célebres cartas de Gramsci, y entre 1958 y 1962 hizo lo propio con su obra Cuadernos de la cárcel. Además, escribió un valioso ensayo, Echeverría (1951) en el que se sirvió de la categorías de análisis establecidas por Gramsci para examinar la cultura nacional argentina del siglo XIX, y llegar a la conclusión de que, en dicho período, "se agotó el papel histórico de la burguesía argentina". Dicho de otro modo, Agosti, siguiendo las pautas que Gramsci aplicó a la cultura italiana, afirmó en este ensayo que la burguesía argentina del siglo XX estaba aquejada de una total impotencia política, originada en la falta de impulsos que, desde sus orígenes, le impedía emprender la marcha. En este análisis -que coincidía con el punto de vista de otro prestigioso intelectual comunista argentino, Ernesto Giudici-, Héctor Pablo Agosti volvía a mostrar sus desavenencias con la clase dirigente del PCA, que por aquel tiempo reconocía en la burguesía nacional una notable capacidad para contribuir a la democratización del país.
Miembro del consejo de redacción de la revista francesa Recherches Internationales, Agosti incrementó su prestigio dentro y fuera de Argentina con una serie de cursos y conferencias que dictó en las principales universidades de Uruguay, Chile, Ecuador, Venezuela y la Unión Soviética. Compaginó este denso trabajo intelectual con su infatigable labor periodística y con su fructífera dedicación al cultivo del ensayo, género que, además de la política, le permitió abarcar temas literarios, culturales, históricos, etc. Entre sus obras ensayísticas no citadas hasta ahora cabe recordar la titulada Nación y cultura (Buenos Aires, 1959), en el que Agosti rescata la figura y las ideas de Gramsci para alertar sobre la necesidad de "modernizar" o actualizar el comunismo a los nuevos rumbos tomados por las sociedades democráticas de todo el mundo. Por aquel tiempo, entusiasmado por el triunfo de la Revolución Cubana, Agosti se lanzó de lleno a impulsar una corriente cultural renovadora dentro del PCA, fundamentada en sus propios escritos y, desde luego, en las ideas de Gramsci. Ciertamente, el intelectual bonaerense no se atrevió a llevar estas divergencias culturales al campo de las ideas políticas, por lo que no llegó a dar el paso decisivo de romper radicalmente con el PCA; pero dejó sentadas las bases para que esta acción fuera llevada a cabo por sus discípulos, entre los que destacaron José Aricó y Juan Carlos Portantiero.
Galardonado en 1978 con el Premio Aníbal Ponce (otorgado por la asociación "Amigos de Aníbal Ponce"), Héctor Pablo Agosti ocupó cargos tan relevantes en la vida cultural argentina de mediados del siglo XX como el de secretario de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), secretario de la Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), presidente del Encuentro Nacional de los Argentinos (ENA) y miembro del Comité Ejecutivo del Partido Comunista de Argentina.
Además de las obras citadas en parágrafos anteriores -a saber: El hombre prisionero (1938), Cuaderno de bitácora (1942), Defensa del realismo (Montevideo, 1945), Echeverría (1951) y Nación y Cultura (1959)-, el político e intelectual bonaerense dio a la imprenta otros ensayos tan dignos de mención como Emilio Zola (1941), Literatura francesa (1944), Ingenieros, ciudadano de la juventud (Buenos Aires, 1945), Para una política de la cultura (1956), El mito liberal (1959), Tántalo recobrado (1964), La milicia literaria (1969), Aníbal Ponce. Memoria y presencia (1974), Las condiciones del realismo (1975), Prosa política (1975), Ideología y cultura (1978), Cantar opinando (1982) y Mirar hacia delante (1983). También vio la luz su Correspondencia con Enrique Amorin.
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