Manifiesto Liminar
La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América
Manifiesto de la Federación Universitaria de Córdoba - 1918
Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que en pleno siglo XX nos
ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resulto
llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime.
Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más.
Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan. Creemos no
equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos
pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.
La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta, porque aquí los
tiranos se habían ensoberbecido y porque era necesario borrar para
siempre el recuerdo de los contra-revolucionarios de Mayo. Las
universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres,
la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y
-lo que es peor aún- el lugar en donde todas las formas de tiranizar y
de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades
han llegado a ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes
que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad
senil. Por eso es que la Ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas,
pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático.
Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para
arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso
es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a
mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de los organismos
universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento
de la periodicidad revolucionaria.
Nuestro régimen
universitario -aún el más reciente- es anacrónico. Está fundado sobre
una especie del derecho divino: el derecho divino del profesorado
universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un
alejamiento olímpico. La Federación Universitaria de Córdoba se alza
para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida.
Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos
universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio
radica principalmente en los estudiantes. El concepto de Autoridad que
corresponde y acompaña a un director o a un maestro en un hogar de
estudiantes universitarios, no solo puede apoyarse en la fuerza de
disciplinas extrañas a la substancia misma de los estudios. La autoridad
en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y
amando: Enseñando. Si no existe una vinculación espiritual entre el que
enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y de consiguiente
infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que
aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo
conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar
un régimen cuartelario, pero no a una labor de Ciencia. Mantener la
actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de
futuros trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por
fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de
la fuerza no se avienen con lo que reclama el sentimiento y el concepto
moderno de las universidades. El chasquido del látigo sólo puede
rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única
actitud silenciosa, que cabe en un instituto de Ciencia es la del que
escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.
Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el
arcaico y bárbaro concepto de Autoridad que en estas Casas es un
baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la
falsa-dignidad y la falsa-competencia.
Ahora advertimos que la
reciente reforma, sinceramente liberal, aportada a la Universidad de
Córdoba por el Dr. José Nicolás Matienzo, sólo ha venido a probar que el
mal era más afligente de los que imaginábamos y que los antiguos
privilegios disimulaban un estado de avanzada descomposición. La reforma
Matienzo no ha inaugurado una democracia universitaria; ha sancionado
el predominio de una casta de profesores. Los intereses creados en torno
de los mediocres han encontrado en ella un inesperado apoyo. Se nos
acusa ahora de insurrectos en nombre de una orden que no discutimos,
pero que nada tiene que hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre
del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos
bien alto el derecho sagrado a la insurrección. Entonces la única puerta
que nos queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la
juventud. El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención
espiritual de las juventudes americanas nuestra única recompensa, pues
sabemos que nuestras verdades lo son -y dolorosas- de todo el
continente. Que en nuestro país una ley -se dice- la de Avellaneda, se
opone a nuestros anhelos. Pues a reformar la ley, que nuestra salud
moral los está exigiendo.
La juventud vive siempre en trance de
heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de
contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios
maestros. Ante los jóvenes no se hace mérito adulando o comprando. Hay
que dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguros de
que el acierto ha de coronar sus determinaciones. En adelante solo
podrán ser maestros en la futura república universitaria los verdaderos
constructores de alma, los creadores de verdad, de belleza y de bien.
La juventud universitaria de Córdoba cree que ha llegado la hora de
plantear este grave problema a la consideración del país y de sus
hombres representativos.
Los sucesos acaecidos recientemente en la
Universidad de Córdoba, con motivo de elección rectoral, aclara
singularmente nuestra razón en la manera de apreciar el conflicto
universitario. La Federación Universitaria de Córdoba cree que debe
hacer conocer al país y América las circunstancia de orden moral y
jurídico que invalidan el acto electoral verificado el 15 de junio. El
confesar los ideales y principios que mueven a la juventud en esta hora
única de su vida, quiere referir las aspectos locales del conflicto y
levantar bien alta la llama que está quemando el viejo reducto de la
opresión clerical. En la Universidad Nacional de Córdoba y en esta
ciudad no se han presenciado desordenes; se ha contemplado y se
contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha de agrupar
bien pronto bajo su bandera a todos los hombres libres del continente.
Referiremos los sucesos para que se vea cuanta vergüenza nos sacó a la
cara la cobardía y la perfidia de los reaccionarios. Los actos de
violencia, de los cuales nos responsabilizamos íntegramente, se cumplían
como en el ejercicio de puras ideas. Volteamos lo que representaba un
alzamiento anacrónico y lo hicimos para poder levantar siquiera el
corazón sobre esas ruinas. Aquellos representan también la medida de
nuestra indignación en presencia de la miseria moral, de la simulación y
del engaño artero que pretendía filtrarse con las apariencias de la
legalidad. El sentido moral estaba oscurecido en las clases dirigentes
por un fariseísmo tradicional y por una pavorosa indigencia de ideales.
El espectáculo que ofrecía la Asamblea Universitaria era repugnante.
Grupos de amorales deseosos de captarse la buena voluntad del futuro
rector exploraban los contornos en el primer escrutinio, par inclinarse
luego al bando que parecía asegurar el triunfo, sin recordar la adhesión
públicamente empeñada, en el compromiso de honor contraído por los
intereses de la Universidad. Otros -los más- en nombre del sentimiento
religioso y bajo la advocación de la Compañía de Jesús, exhortaban a la
traición y al pronunciamiento subalterno. (¡Curiosa religión que enseña a
menospreciar el honor y deprimir la personalidad! ¡Religión para
vencidos o para esclavos!). Se había obtenido una reforma liberal
mediante el sacrificio heroico de una juventud. Se creía haber
conquistado una garantía y de la garantía se apoderaban los únicos
enemigos de la reforma. En la sombra los jesuitas habían preparado el
triunfo de una profunda inmoralidad. Consentirla habría comportado otra
traición. A la burla respondimos con la revolución. La mayoría expresaba
la suma de represión, de la ignorancia y del vicio. Entonces dimos la
única lección que cumplía y espantamos para siempre la amenaza del
dominio clerical.
La sanción moral es nuestra. El derecho también.
Aquellos pudieron obtener la sanción jurídica, empotrarse en la Ley. No
se lo permitimos. Antes de que la iniquidad fuera un acto jurídico,
irrevocable y completo, nos apoderamos del Salón de Actos y arrojamos a
la canalla, solo entonces amedrentada, a la vera de los claustros. Que
es cierto, lo patentiza el hecho de haber, a continuación, sesionada en
el propio Salón de Actos de la Federación Universitaria y de haber
firmado mil estudiantes sobre el mismo pupitre rectoral, la declaración
de la huelga indefinida.
En efecto, los estatutos reformados
disponen que la elección de rector terminará en una sola sesión,
proclamándose inmediatamente el resultado, previa lectura de cada una de
las boletas y aprobación del acta respectiva. Afirmamos sin temor de
ser rectificados, que las boletas no fueron leídas, que el acta no fue
aprobada, que el rector no fue proclamado, y que, por consiguiente, para
la ley, aún no existe rector de esta universidad.
La juventud
Universitaria de Córdoba afirma que jamás hizo cuestión de nombres ni de
empleos. Se levantó contra un régimen administrativo, contra un método
docente, contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se
ejercitaban en beneficio de determinadas camarillas. No se reformaban ni
planes ni reglamentos por temor de que alguien en los cambios pudiera
perder su empleo. La consigna de "hoy par ti, mañana para mí", corría de
boca en boca y asumía la preeminencia de estatuto universitario. Los
métodos docentes estaban viciados de un estrecho dogmatismo,
contribuyendo a mantener a la Universidad apartada de la Ciencia y de
las disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la repetición
interminable de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de
sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los dogmas,
trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la
conspiración del silencio puede ser ejercitada en contra de la Ciencia.
Fue entonces cuando la oscura Universidad Mediterránea cerró sus puertas
a Ferri, a Ferrero, a Palacios y a otros, ante el temor de que fuera
perturbada su plácida ignorancia. Hicimos entonces una santa revolución y
el régimen cayó a nuestros golpes.
Creímos honradamente que nuestro
esfuerzo había creado algo nuevo, que por lo menos la elevación de
nuestros ideales merecía algún respeto. Asombrados, contemplamos
entonces cómo se coaligaban para arrebatar nuestra conquista los más
crudos reaccionarios.
No podemos dejar librada nuestra suerte a
la tiranía de una secta religiosa, no al juego de intereses egoístas. A
ellos se nos quiere sacrificar. El que se titula rector de la
Universidad de San Carlos ha dicho su primera palabra: "prefiero antes
de renunciar que quede el tendal de cadáveres de los estudiantes".
Palabras llenas de piedad y amor, de respeto reverencioso a la
disciplina; palabras dignas del jefe de una casa de altos estudios. No
invoca ideales ni propósitos de acción cultural. Se siente custodiado
por la fuerza y se alza soberbio y amenazador. ¡Armoniosa lección que
acaba de dar a la juventud el primer ciudadano de una democracia
Universitaria!. Recojamos la lección, compañero de toda América; acaso
tenga el sentido de un presagio glorioso, la virtud de un llamamiento a
la lucha suprema por la libertad; ella nos muestra el verdadero carácter
de la autoridad universitaria, tiránica y obcecada, que ve en cada
petición un agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión.
La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a
exteriorizar ese pensamiento propio de los cuerpos universitarios por
medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si
ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede
desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia
casa.
La juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su
Federación, saluda a los compañeros de la América toda y les incita a
colaborar en la obra de libertad que inicia.
21 de junio de 1918.
Enrique F. Barros, Horacio Valdés, Ismael C. Bordabehere, presidente.
Gurmensindo Sayago, Alfredo Castellanos, Luis M. Méndez, Jorge L.
Bazante, Ceferino Garzón Maceda, Julio Molina, Carlos Suárez Pinto,
Emilio R. Biagosch, Angel J. Nigro, Natalio J. Saibene, Antonio Medina
Allende, Ernesto Garzón.
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