La afirmación de la compañera Cristina que encabeza este editorial se dio en un contexto muy particular: tras 11 años al frente del Ejecutivo nacional y siendo el blanco permanente del odio de los monopolios, cientos de miles de compatriotas (organizados y de forma espontánea) se movilizaron masivamente a la Plaza histórica para escuchar, una vez más, a la conductora del Proyecto Nacional. Esta es, sin dudas, la principal preocupación del enemigo. Es el poder real el primer detractor del “fin de ciclo”, pero esa es una ventaja que no nos van a dar. La Presidenta trazó una continuidad histórica entre la gesta revolucionaria de Mayo y nuestros días, ubicando un eje común fundamental: el papel de las masas en los cambios estructurales, el rol insustituible del pueblo organizado para llevar adelante las transformaciones necesarias en nuestra Patria. Por eso había tranquilidad en sus palabras y en quienes la escuchaban. Hay un sentido estratégico en los conceptos y acciones impulsadas por la compañera Cristina, que hablan de un liderazgo histórico para nuestro país y la región que trasciende largamente la representación institucional. El lugar que ha ocupado la Argentina como un actor de creciente relevancia en las discusiones globales, es un resultado objetivo de este fenómeno. Algo impensado hace unos pocos años. La invitación formal para que nuestra nación participe de la próxima Cumbre de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), la locomotora emergente hacia un mundo multipolar, es una novedad extraordinaria que es necesario mensurarla en su justo nivel. El bloque reúne a una población de 3000 millones de habitantes, con un comercio interregional que supera los 280 mil millones de dólares, un PBI común de 17 billones de dólares y reservas monetarias que constituyen el 40% del total mundial. Este es hoy el lugar de nuestro país en el mundo. Fuimos en los ’90 el mejor alumno de los yanquis en América Latina, con niveles de endeudamiento, desocupación y pobreza que causaron un verdadero genocidio social en nuestro pueblo. Hoy es otro cantar, muy distinto, aún cuando la derecha apele a todos sus recursos por ocultarlo o minimizar su trascendencia.En este mismo andarivel, el acuerdo con el Club de París consolida el camino de soberanía y la referencia de nuestro país entre las naciones emergentes (en particular para aquellos que pretenden reestructurar sus deudas preservando los intereses nacionales) además de que incorpora mejores perspectivas de inversiones y créditos externos destinados al desarrollo de áreas sensibles de nuestra economía como infraestructura y energía, y no para la timba financiera como en el pasado reciente. Los términos de lo acordado por el ministro Axel Kicillof bajo instrucciones de la Presidenta, realmente establecen un precedente inédito: la decisión (aceptada por los acreedores) de excluir al FMI y sus condicionamientos de la mesa de negociación y un compromiso de pago sujeto a nuestro crecimiento y al caudal de las inversiones de los países miembro. Se trata de la misma coherencia que posibilitó un proceso estructural de desendeudamiento que redujo drásticamente nuestra deuda del 160 por ciento del PBI que representaba en 2003 a menos del 40 por ciento en la actualidad. Afirmados en la defensa de lo nuestro, vamos liberando escollos financieros heredados del neoliberalismo que ejercían presión sobre diferentes variables económicas promoviendo permanentes corridas cambiarias y distintas formas de desestabilización.La respuesta de la derecha fue inmediata y vino desde el Poder Judicial con la farsa montada alrededor del vicepresidente Amado Boudou. La disputa por las expectativas de nuestro pueblo es frontal y cotidiana. El enemigo es poderoso pero no logra imponer sus decisiones ni hacer mella en la voluntad del gobierno. El respaldo y la vigencia del proyecto nacional están intactos. La iniciativa ahora es de la compañera Cristina y su determinación cada día más férrea.
Editorial de "Nuestra Palabra", periódico del Partido Comunista C.E. - www.pcce.com.ar
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